Ha llegado la hora, Misa Dominical

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Entramos en la quinta semana de la Cuaresma. A siete días del domingo de Ramos, y a catorce de la Pascua. Cada vez más cerca. No ha llegado la hora, pero está llegando. Seguimos en camino, acompañados por la Liturgia.

Esta semana, otra vez, podemos meditar sobre las relaciones de Israel con su Dios, o mejor, de cómo Dios no abandona a su pueblo. En esta ocasión, versión Jeremías. Como todos los profetas, recuerda la alianza que existía desde antiguo, a la que Israel prometía ser fiel, pero siempre acababa traicionándola. Como cada vez, las consecuencias fueron terribles para ellos. Y cada vez, en vez de mostrarse como un Dios resentido o vengativo, procede a dar otra oportunidad, porque Él no actúa como los hombres. Promete una Nueva Alianza, que no será frágil y temporal, sino fuerte y definitiva.

La historia del pueblo de Israel puede ser nuestra propia historia. Prometer mucho y no conseguir hacer nada, confesarse una y otra vez de los mismos pecados, puede llevar al pesimismo. Pero, a pesar de todo, lo prometido por Dios ha comenzado a realizarse. Y en lo profundo de nuestro corazón está escrita la Ley del Señor y, desde allí, va creciendo lentamente, sin que sepamos muy bien cómo. Esa semilla es débil, necesita muchos cuidados y ayuda, pero puede dar mucho fruto.

Todo proceso de siembra, todo crecimiento implica trabajo, sufrimiento, sudor, dolor. A veces, lágrimas. Nuestra propia formación, como personas, como profesionales, como cristianos, incluso. Pero siempre con esperanza: porque queremos ser mejores, porque deseamos ser cada vez más parecido a lo que deberíamos ser. El ejemplo de Dios Hijo y su Palabra son la fuente de esa esperanza.

El Hijo de Dios muere para dar vida. No sé si lo podemos entender del todo. Sólo podemos contemplar ese misterio y asistir sobrecogidos a ese sacrificio de amor. Es el momento de preguntarnos si queremos seguir y servir a Jesús. Responder con amor a ese amor. Estar cerca de Él, como los griegos, y que vaya creciendo la atracción hacia Él cada día más. Sobre todo, para saber a qué debemos morir.  El mundo en que vivimos no favorece mucho la entrega a los demás. Parece que cada uno mira por lo suyo. Y, sin embargo, cuando hay una catástrofe – tsunamis, terremotos, incendios, accidentes… – la solidaridad se dispara. Contra la “ley de la selva” está la “ley del amor”. A pesar de todo, otro mundo es posible.

Conocer de verdad a Jesús significa renunciar a nosotros mismos, a nuestros prejuicios, Dejar que sea Dios el que marque el camino, según su voluntad. Pedirle a menudo, para que nos dé lo que estamos necesitando. Después de querer conocerlo y de aprender a renunciar a uno mismo, seguir avanzando, reconociendo el gran amor que el Padre nos ha tenido, para hacer una sociedad mejor. Muriendo un poquito cada día.

Ha llegado la hora, Misa Dominical

Entramos en la quinta semana de la Cuaresma. A siete días del domingo de Ramos, y a catorce de la Pascua. Cada vez más cerca. No ha llegado la hora, pero está llegando. Seguimos en camino, acompañados por la Liturgia.

Esta semana, otra vez, podemos meditar sobre las relaciones de Israel con su Dios, o mejor, de cómo Dios no abandona a su pueblo. En esta ocasión, versión Jeremías. Como todos los profetas, recuerda la alianza que existía desde antiguo, a la que Israel prometía ser fiel, pero siempre acababa traicionándola. Como cada vez, las consecuencias fueron terribles para ellos. Y cada vez, en vez de mostrarse como un Dios resentido o vengativo, procede a dar otra oportunidad, porque Él no actúa como los hombres. Promete una Nueva Alianza, que no será frágil y temporal, sino fuerte y definitiva.

La historia del pueblo de Israel puede ser nuestra propia historia. Prometer mucho y no conseguir hacer nada, confesarse una y otra vez de los mismos pecados, puede llevar al pesimismo. Pero, a pesar de todo, lo prometido por Dios ha comenzado a realizarse. Y en lo profundo de nuestro corazón está escrita la Ley del Señor y, desde allí, va creciendo lentamente, sin que sepamos muy bien cómo. Esa semilla es débil, necesita muchos cuidados y ayuda, pero puede dar mucho fruto.

Todo proceso de siembra, todo crecimiento implica trabajo, sufrimiento, sudor, dolor. A veces, lágrimas. Nuestra propia formación, como personas, como profesionales, como cristianos, incluso. Pero siempre con esperanza: porque queremos ser mejores, porque deseamos ser cada vez más parecido a lo que deberíamos ser. El ejemplo de Dios Hijo y su Palabra son la fuente de esa esperanza.

El Hijo de Dios muere para dar vida. No sé si lo podemos entender del todo. Sólo podemos contemplar ese misterio y asistir sobrecogidos a ese sacrificio de amor. Es el momento de preguntarnos si queremos seguir y servir a Jesús. Responder con amor a ese amor. Estar cerca de Él, como los griegos, y que vaya creciendo la atracción hacia Él cada día más. Sobre todo, para saber a qué debemos morir.  El mundo en que vivimos no favorece mucho la entrega a los demás. Parece que cada uno mira por lo suyo. Y, sin embargo, cuando hay una catástrofe – tsunamis, terremotos, incendios, accidentes… – la solidaridad se dispara. Contra la “ley de la selva” está la “ley del amor”. A pesar de todo, otro mundo es posible.

Conocer de verdad a Jesús significa renunciar a nosotros mismos, a nuestros prejuicios, Dejar que sea Dios el que marque el camino, según su voluntad. Pedirle a menudo, para que nos dé lo que estamos necesitando. Después de querer conocerlo y de aprender a renunciar a uno mismo, seguir avanzando, reconociendo el gran amor que el Padre nos ha tenido, para hacer una sociedad mejor. Muriendo un poquito cada día.

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