La fe viva, Misa Dominical

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Las Lecturas de este Domingo contienen un llamado a la Fe, a una Fe viva… “capaz de mover montañas” … o de mover árboles, como nos refiere el Evangelio de hoy.

En el Evangelio de hoy (Lc. 17, 5-10) los Apóstoles le piden al Señor que les aumente la Fe.  Y el Señor les exige tener al menos un poquito de Fe, tan pequeña como el diminuto grano de mostaza, para poder tener una Fe capaz de mover árboles de un sitio a otro.  Con este lenguaje, el Señor quiere indicarnos la fuerza que puede tener la Fe, cuando es una Fe convencida y sincera.

Nos indica, también, que la Fe es a la vez don de Dios y voluntad nuestra.  O como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: La Fe es una gracia de Dios y es también un acto humano (cf. CIC #154).

Expliquemos esto un poco más: La Fe es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nosotros.  Es decir: para creer necesitamos algo que siempre está presente: la gracia y el auxilio del Espíritu Santo.  Pero para creer también es indispensable nuestra respuesta a la gracia divina. Y esa respuesta consiste en un acto de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad, por el que aceptamos creer.

Sin embargo, hay una desviación muy marcada en nuestros días que consiste en exigir que todo sea comprobable, verificable, visible.  Por cierto, es una desviación que siempre ha estado presente.  No tenemos más que recordar a Santo Tomás.

Sucedió que este Apóstol no estuvo presente en la primera aparición de Jesús Resucitado a los demás discípulos.  Y Tomás pidió comprobación, manifestando que se negaría a creer en la Resurrección de Cristo si no metía sus dedos en las heridas de las manos y su mano en la abertura del costado de Jesús Resucitado.  Sabemos lo que sucedió: Apareció Cristo una segunda vez y reprendió fuertemente a Tomás, luego de tomarle la mano para que hiciera lo que se había atrevido a requerir (cf. Jn. 20, 19-28).

Ahora bien, los seres humanos somos muy parecidos a Santo Tomás cuando se trata de verdades sobrenaturales: requerimos “meter el dedo en la llaga”, sin darnos cuenta de que practicamos una fe natural que nos lleva a creer cosas para las que no requerimos comprobación.

Un ejemplo evidente de esta fe natural confiada es la aceptación de nuestros antepasados no conocidos.

¿Quién de nosotros se ha atrevido a pedir una partida de nacimiento o de defunción para estar seguro de que tal persona es nuestro abuelo o nuestra bisabuela o nuestro tío?

Existe, entonces una fe meramente humana, por la que creemos en algo que se nos dice, como podría ser una historia, un suceso que se nos relata, o un fenómeno comprobable científicamente.

Pero hablemos de la Fe con “F” mayúscula, de la Fe sobrenatural.  Esta, que es a la vez gracia de Dios y respuesta nuestra, nos lleva a creer todo lo que Dios nos ha revelado y, además, todo lo que Dios, a través de su Iglesia, nos propone para creer.

Esa Fe tiene diversas e indispensables consecuencias para nuestra vida espiritual.  La Primera y Segunda Lectura de hoy nos presentan dos consecuencias muy importantes: la perseverancia en la Fe y la obligación que tenemos de comunicar esa Fe, a pesar de las circunstancias adversas.

Fortaleza para no flaquear en la firmeza en la fe.  Amor para desear defender y comunicar esa fe, no importa las circunstancias.  Y buen juicio, para hacerlo con prudencia, pero sin temor.

Agradezcamos al Señor el don de la Fe y respondámosle con nuestro granito de mostaza para que Él pueda darnos una Fe inconmovible, indubitable, una Fe confiada y paciente que sabe esperar el momento del Señor, y una Fe viva y activa, valiente y fuerte, que no teme ser anunciada, aunque haya riesgos.

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