La Gran Ola de Hokusai

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Por: Martin Sevilla Holguín

“La gran ola de Kanagawa” es tal vez la obra de arte japonesa más representativa y reconocida en el mundo. Fue concebida durante el periodo Edo, que abarca los más de doscientos años en los que Japón se aisló por completo del mundo, dando paso así a un movimiento artístico tradicional y único que no se descubriría hasta mucho después, cuando por fin volvieron a abrir sus fronteras. Formó parte de una colección de estampas grabadas en madera por el artista Katsushika Hokusai, en un proyecto llamado “Treinta y seis vistas del Monte Fuji”, que emprendió a sus 70 años de edad. En el tiempo de Hokusai, este tipo de grabados no tenían nada de prestigio y eran producidos en masa para el consumo del pueblo japonés, pero años después de su muerte, esta obra se convertiría en objeto de admiración e inspiración entre grandes artistas europeos como Monet o Van Gogh.

La vida de Hokusai fue trágica y difícil, su hijos y esposa murieron prematuramente, dejándolo completamente solo en su vejez. Cuando tenía cincuenta, le cayó un rayo y sufrió heridas tan graves que tuvo que volver a aprender a pintar. Pero pesar de todo, se sabe que Hokusai conservaba un optimismo y pasión tanto por el arte como por la vida. Al observar la evolución de sus obras, se aprecia un crecimiento personal y espiritual en la forma en que pasó de retratar exclusivamente a personas, a tomar un enfoque más naturalista y simbólico.

La Gran Ola simboliza perfectamente dos caras de la naturaleza con el mar y el monte Fuji, uno cruel y violento, el otro quieto, tranquilo e inmortal. Algunas interpretaciones de este grabado afirman que el monte Fuji representa a Japón, aislado y lejos de las fuerzas destructivas del exterior, representadas por el mar. Cualquiera que fuese la intención de Hokusai, la composición que logró, en la que captura al mismo tiempo el terror de los botes de pesca, la ira del océano y la serenidad de la tierra, son claros ejemplos de la maestría que alcanzó el artista, que logró cautivar e inspirar a una generación de artistas occidentales. Al ver la noche estrellada de Van Gogh, pensando en las formas y colores con los que ondea la ola de Hokusai, es difícil no ver el hilo de admiración e inspiración que podría conectar a estos artistas tan culturalmente diferentes.

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