Los bienes espirituales, Misa Dominical

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Las Lecturas del día de hoy nos llevan a reflexionar sobre el recto uso del dinero y de los bienes materiales.  El Evangelio tiene frases muy importantes y bastante conocidas: “No se puede servir a Dios y al dinero”… “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”, que en otra traducción es así: “Los que pertenecen al mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.

La Primera Lectura del Profeta Amós (Am. 6, 4-7) puede servir para describir la situación de corrupción en que se encuentra el mundo.  El Profeta acusa y reprocha fuertemente a los que cometen fraude, a los vendedores sin escrúpulos que se enriquecen a expensas de los pobres y que suben los precios aprovechando la necesidad ajena.  Y amenaza el Profeta a los que así se comportan con el castigo de Dios, diciendo que el Señor no olvidará jamás ninguna de estas acciones.  Es decir:  las malas acciones, los actos que van contra la Ley de Dios -y que además hacen daño al prójimo- tienen el castigo de Dios … o pueden tener el perdón de Dios, si el pecador se arrepiente y no peca más.

El Evangelio relata la parábola del administrador infiel.  En este caso pudo haber estafa o fraude, no en daño a los pobres, sino a un rico propietario, que tiene que despedir a su administrador porque le había malgastado los bienes que debía administrar.

De hecho, resulta que el administrador, al verse sin ingresos, utiliza otra maniobra fraudulenta más, con el fin de asegurarse unos amigos que lo ayuden después.  La maniobra consistía en reducir arbitrariamente las deudas de los clientes de su amo.  O tal vez el administrador infiel redujo a la deuda la porción que le tocaba como administrador.

La parábola y las palabras de Jesús pueden sonar un poco confusas si no las revisamos bien.  Fíjense que el Señor no aprueba expresamente la conducta del administrador, a quien califica de “infiel”.  Simplemente destaca su “sagacidad”.  Y la frase esa muy conocida de Jesús -”Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”- suena más bien a una queja del Señor.

Y la queja consiste en esto: Jesús observa que los que viven de acuerdo al mundo, los que viven en oscuridad; es decir, los que viven lejos de Dios son, en los negocios terrenos -que es lo único que les importa- más sagaces, más astutos y diligentes, que lo que son los hijos de la luz, para el negocio que más interesa a éstos: la Vida Eterna, su salvación.

Es decir: los que seguimos a Dios y queremos estar cerca de Él, no somos tan sagaces para cuidar lo que el Señor llama en este Evangelio “los verdaderos bienes”.

Y ¿cuáles son los “verdaderos bienes?”.  Son los bienes espirituales, aquéllos que son los únicos necesarios para llegar a nuestra meta, que es el Cielo.

Realmente los que queremos seguir a Dios y cumplir con sus mandatos, a veces somos flojos, poco inteligentes, y nada astutos, para asegurarnos los bienes que nunca se acaban, los bienes espirituales, el porvenir eterno.

En realidad, este reproche del Señor nos llama a la vigilancia y al esfuerzo en lo espiritual … Porque llegará el momento a todos y cada uno de nosotros … -es el momento al que ninguno puede escapar, a unos nos llega más tarde, y a otros más temprano.  Es el momento en que el Señor -igual que al administrador de la parábola- nos pedirá cuentas a cada uno del único negocio realmente importante.

El Evangelio trae al final la frase de Jesús: “No se puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro… o se apegará a uno y despreciará al otro”.  Se está refiriendo el Señor específicamente al dinero, pues termina así la frase: “En resumen, no puedes servir a Dios y al dinero”.

El dinero ha de ser utilizado de tal forma que no sea obstáculo para llegar a la Vida Eterna.  Porque el dinero puede ser un obstáculo para la salvación. Pero el dinero bien usado -usado sagazmente- puede servirnos para la salvación, puede ser una inversión en el único negocio importante.  Esa inversión la hacemos cuando no estamos apegados al dinero y con generosidad lo compartimos, dedicando parte del mismo a las necesidades de los demás, a la limosna, a contribuciones a obras de caridad organizadas, a las necesidades de la Iglesia, etc.

No significa esto que el Cielo puede comprarse, o que actuando así tenemos asegurada la Vida Eterna.  Tampoco significa que el actuar así nos exime de otras obligaciones morales y espirituales.  Simplemente significa que actuando así impedimos que el dinero nos desvíe del camino al Cielo.

Muchas veces en el Evangelio el Señor advierte sobre los peligros de las riquezas, porque los hombres tendemos a apegarnos al dinero y a lo que el dinero nos puede conseguir, tendemos a hacernos “esclavos” del dinero… Y el Señor nos advierte: o te apegas de Dios o te apegas del dinero, pero no puedes estar apegado a los dos. O tenemos confianza en Dios, o tenemos confianza en el dinero.

Y no estamos hablando aquí ya de ganancias ilícitas y pecaminosas como las que describe el Profeta Amós… que también las hay… y ¡muchas!  Estamos suponiendo honestidad en el manejo de los bienes que poseemos.  Estamos hablando -entonces- del recto uso de las riquezas obtenidas lícitamente.

Realmente, si no somos desprendidos con el dinero y con los bienes materiales que con el dinero conseguimos, éstos se nos convertirán en una tentación que puede llegar a ser inmanejable.  Podríamos dejar de ser dueños y administradores del dinero para convertirnos en esclavos de éste.  Y el dinero se puede convertir en un tirano que nos quita la libertad para dedicarnos al negocio verdaderamente importante: nuestra salvación, nuestro servicio a la Voluntad de Dios.

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