Por: Álvaro E. Sánchez Solís
El paro nacional convocado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) en octubre de 2025, que duró poco más de un mes, se ha convertido en un símbolo de fracaso rotundo. Lo que comenzó como una protesta contra la eliminación de subsidios al diésel y otras demandas sociales, terminó en un repliegue forzado, dejando un saldo de tres fallecidos, decenas de heridos y pérdidas económicas. La dirigencia indígena, encabezada por Marlon Vargas, anunció el cese de las movilizaciones el 22 de octubre, alegando una «brutal represión» ordenada por el gobierno de Daniel Noboa. Sin embargo, este desenlace no fue solo producto de la fuerza estatal, sino de una serie de errores estratégicos y divisiones internas que minaron la legitimidad del movimiento.

Desde el inicio, el paro evidenció fisuras en el liderazgo indígena. Mientras la CONAIE buscaba unificar voces contra el Ejecutivo, las bases en provincias como Imbabura mantuvieron bloqueos viales incluso después de intentos de diálogo, cuestionando la autoridad de sus dirigentes. El gobierno suspendió las negociaciones, acusando a la dirigencia de incumplir acuerdos, lo que exacerbó la desconfianza mutua. Además, el movimiento no logró expandirse a nivel nacional: aunque se reportaron más de 50 cierres de vías en su punto álgido, la adhesión fue limitada, concentrándose en zonas indígenas y dejando al resto del país en relativa normalidad. Esto contrastó con paros anteriores, como el de 2019 o 2022, que paralizaron la economía y forzaron concesiones.
Otro factor clave en el fracaso fue la percepción política del paro. El gobierno lo vinculó a intereses correístas, sugiriendo que servía para proteger a figuras como Luisa González y oponerse a la consulta popular propuesta por
Noboa. Esta narrativa resonó en sectores urbanos y medios, que vieron en las protestas no una lucha genuina por derechos, sino un intento de desestabilización.
En retrospectiva, este paro subraya el agotamiento del modelo de movilización indígena tradicional. La CONAIE, otrora poderosa, parece desconectada de una sociedad que prioriza el orden sobre el caos, especialmente ante la crisis de seguridad y narcotráfico que Noboa ha combatido con mano dura. El presidente incluso denunció un intento de asesinato durante el conflicto, reforzando su imagen de víctima resiliente.
La lección es clara: las protestas necesitan unidad, estrategia y empatía nacional para triunfar. De lo contrario, como en este caso, terminan en repliegue y zozobra colectiva. Ecuador merece diálogos reales, no confrontaciones estériles que solo engordan la polarización.







