Correísmo y anticorreísmo

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Por: Álvaro Sánchez Solís  

¿No les parece extraño seguir utilizando los términos «correísmo» y «anticorreísmo» para definir una corriente ideológica que no existe más que en relación a una sola persona: Rafael Correa? Ha pasado bastante tiempo desde que dejé de emplear la etiqueta «anticorreísta» para describirme a mí mismo, no porque ahora simpatice con el prófugo ex presidente, sino porque creo que este tipo de denominaciones resultan inútiles en la realidad actual que vivimos.

Me explico: Hoy, el Ecuador enfrenta problemas graves y complejos, como el aumento del crimen organizado que amenaza a las familias y a los negocios, y una economía débil que obliga a los ecuatorianos a emigrar, incluso, a través de los peligrosos caminos de la Selva del Darién. Ante esto, se nos presenta un contexto electoral excepcional que enfrenta a dos candidatos en una segunda vuelta: Luisa González y Daniel Noboa. Los ecuatorianos deben decidir cuál de los dos modelos o planes es el más adecuado para sacar al Ecuador del difícil momento en el que se encuentra. Sin embargo, esta decisión ha estado empañada por las típicas etiquetas de «correísta» y «anticorreísta», propias de la folclórica política ecuatoriana. Esto no es nuevo en estas elecciones, ya que la votación del candidato Villavicencio, que luego fue endosada al candidato Zurita, se basó en el «odio y la repulsión» hacia la figura de Rafael Correa, así como una parte de la votación a favor de Luisa González fue resultado del ciego fanatismo por el mismo expresidente. Los políticos saben que estas etiquetas siguen siendo efectivas y las explotan.

No obstante, creo que hay un gran problema con esta forma de ver la política ecuatoriana, y es que las etiquetas limitan, en cierta medida, el análisis y el pensamiento crítico de los ciudadanos. Encerrarnos en si alguien es «correísta» o «anticorreísta» impide que examinemos con profundidad los planes económicos, sociales, educativos, culturales, de seguridad y de obra pública. Basar un análisis en estos prejuicios genera, por así decirlo, una «miopía política», ya que el espectro electoral no es ni blanco ni negro, sino que tiene matices. Este tipo de polarizaciones no son nuevas en nuestro país, ni Correa es el primer caudillo que las genera, ya que en el pasado existieron figuras como Gabriel García Moreno (garcianos o antigarcianos), Eloy Alfaro (alfaristas y sus opositores) o Velasco Ibarra (velasquistas o antivelasquistas). La «política de las etiquetas» no es un fenómeno reciente en la política ecuatoriana, y por eso me atrevo a decir que el pensamiento crítico de los ecuatorianos ha sido constantemente limitado por la aparición de etiquetas que trivializan nuestra percepción del país y sus problemas.

En resumen, exhorto a los ecuatorianos a que voten analizando los planes económicos, sociales e incluso afinidades ideológicas, alejándose del análisis simplista de si alguien es «correísta» o «anticorreísta». Abandonar esta costumbre puede ser difícil, pero a la larga beneficia al pensamiento crítico de una sociedad que reclama un cambio total. 

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