Se puso a orar, Misa Dominical

-

Las lecturas hoy nos presentan a personas que sufren. En la primera lectura y en el Evangelio. Job, desde luego, no ve su futuro nada claro. No es lo que acostumbramos a ver en las redes sociales, o incluso, en nuestras relaciones diarias. Sólo a algunas personas les contamos lo que nos pasa de verdad. En general, “bien” o “como siempre” son las respuestas a la pregunta de “¿cómo estás?”. No queda tiempo para quejarse, o, a veces, ya no hay ganas, porque sentimos que no sirve para nada. Nos guardamos todo, aunque, quizá, hay gente a nuestro alrededor dispuestos a ayudarnos, si nos abriéramos. Pero no. Ponemos al mal tiempo buena cara, y seguimos adelante. Es difícil confiar. Nos cuesta mostrarnos débiles. No creemos que podamos merecer la compasión ajena.

En realidad, lo que le pasa a Job es parecido a lo que nos puede pasar a nosotros. Mucha gente lo está pasando mal. La situación económica, el trabajo, la salud, el amor… Sabemos que es así, aunque ellos no digan nada. Nosotros tampoco decimos nada, por un falso respeto. Y así seguimos.

Lo que tenemos que hacer es hablar, contar lo que nos sucede, para mejorar y que puedan apoyarnos. Hay que encontrar el sentido de la vida, para evitar caer en la depresión. Hay una solución, más barata que un psicólogo. Es lo que hizo Job. Le cuenta a Dios todos sus sentimientos, su falta de esperanza, lo mal que le va todo. Es valiente, para confiar en el Señor. ¿Y yo? ¿Soy capaz de acudir a dios como Padre bueno, al que le puedo contar mis cosas, y quejarme, si es el caso? Puede que sí, puede que no. Si soy creyente, he de confiar en Dios y pedirle ayuda y amparo en los malos momentos. Una sincera oración, confiando en Él, nos puede ayudar. Eso es lo que hizo Job. No es un golpe de pesimismo, es poner en manos de Dios todo lo que le pasa. Quien llora y grita su dolor, aunque no lo sepa, está clamando a Dios, está pidiéndole fuerza y luz para el camino.

El Evangelio continúa narrándonos una jornada “típica” de Jesús. El pasado domingo vimos cómo enseñaba en la sinagoga, con autoridad. Hoy seguimos su periplo al salir de dicho lugar. Se va a comer a casa de su amigo Pedro, y allí le cura la fiebre a la suegra de éste. No es un milagro espectacular, como el de la semana pasada, los cerdos de Gerasa que caen por el acantilado o la resurrección de Lázaro.

Es verdad que es algo pequeño, en comparación. Pero, al mismo tiempo, es muy simbólico este “milagrito”. Nos explica, en pocas palabras, qué significa ser seguidor de Jesús. Seguir a Cristo significa haber sido curado por Él, y, ya curado, ponerse a servirle a Él y a los demás. Él nos muestra su amor, se nos acerca en la Reconciliación y en la Eucaristía, cada vez que celebramos esos sacramentos. Nos sana, nos cura. Y el que ha sido curado, lo normal es que, como agradecimiento, se ponga a servir, haga de su buen estado de salud un don para los demás. Servir, como testimonio de los dones que hemos recibido. Ayudar a los que están cerca, sin olvidarnos de los que están lejos, en estos tiempos de globalización. Que no se nos cierren las entrañas, ante tanta necesidad. “Tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25, 35).

Share this article

Recent posts

Popular categories