Por: Luis Fernando Torres
A los colombianos les ha resultado difícil digerir la carta pública del excanciller Leyva, en la que hace conocer los serios problemas de drogadicción del presidente Petro. Llega al extremo Leyva, quien integró el gabinete desde el inicio del mandato de Petro, de describir un vergonzoso episodio ocurrido en una visita presidencial a Francia, cuando el mandatario colombiano desapareció por dos días, sin imaginar que la inteligencia francesa le seguía los pasos. Sutilmente, valiéndose de los atrasos del presidente a eventos, sus inesperadas ausencias de ceremonias y la proximidad con altos funcionarios, a los que califica de enfermos, el excanciller siembra dudas sobre la salud y los vicios del jefe de Estado. En el Senado se han alzado voces con el pedido de un examen toxicológico al gobernante. Se suele comentar que los mensajes presidenciales en las redes, colocados en horas en los que demás descansan, como el que publicó en la red X con motivo de las deportaciones ordenadas por el presidente Trump, son el producto de su falta de juicio transitorio.
En el Ecuador son legendarias las historias del célebre presidente Arosemena Monroy. Su inclinación al buen licor le llevó a recibir en la playa, con traje de baño, al presidente de Chile, Alessandri. En alguna recepción oficial llegó a increpar al mandatario chileno por no beber a su ritmo y a darle un manotazo en las posaderas. El diputado Salvador Lara le inició un juicio político en el Congreso, por este comportamiento, que, finalmente, no prosperó. Su gusto por la bebida decía Arosemena que era un vicio masculino.
Al presidente Bucaram, el Congreso ecuatoriano no le cesó por ningún vicio sino por una supuesta incapacidad mental, por cierto, sin certificado médico. No hubo diputado alguno que lo fiscalizara por jugar fútbol a medianoche, cantar las canciones de los Iracundos, bailar alegremente en las tarimas o chuparse los dedos en una comida en Perú frente a otros presidentes latinoamericanos.
Más allá de las denuncias de Leyva, resulta que Petro es un personaje que desconcierta. Dice que respeta al presidente del Ecuador. Sin embargo, hasta ahora no reconoce su triunfo. Según él, la presencia de militares en los recintos electorales es la prueba del fraude alegado por la derrotada. Fuera de cualquier hilo conductor, el mismo día que hacía ese cuestionamiento también mostraba perplejidad por las muertes en una gallera manabita. Pronto se sabrá si prospera alguna investigación parlamentaria en Colombia sobre el buen juicio que se espera de un jefe de Estado.